Hay un viejo cliché acerca de aprender en ‘la escuela de los golpes duros’:
“El buen juicio proviene de la experiencia, ¿y la experiencia? Eso proviene del mal juicio”. Es una frase chistosa, pero contiene mucha verdad.
El ejemplo clásico por supuesto es la lección de no tocar la estufa caliente; el dolor es agudo, inmediato e inolvidable, mientras que normalmente el daño verdadero que se inflige es mínimo.
“La mano quemada enseña mejor” es un punto de vista bastante pragmático del proceso, a veces necesario, de aprender por prueba y error. Al otro lado del espectro estarían los tipos de lecciones en las cuales uno realmente tiene que confiar en el buen juicio de otros, como el no dar un paso frente a un camión veloz. Uno puede recuperarse de la mayoría de las malas decisiones, pero algunas otras son irreversibles.
Recientemente tuvimos la oportunidad de presenciar esta dinámica en forma bastante dramática. Mientras jugaba afuera, una de mis hijas sufrió una laceración severa de su dedo como resultado de arrojar unos vidrios quebrados contra una pared de ladrillo.
Entró a la casa llorando y goteando sangre y, después de un intento inicial por restañar el flujo de sangre, rápidamente nos dimos cuenta de la seriedad de la situación y salimos a la carrera buscando la atención médica adecuada.
Ahora bien, aunque probablemente nunca les había advertido a mis hijos específicamente: “No tiren vidrios quebrados contra paredes”, estoy segura de que les he dicho que no toquen basura, que no rompan cosas, y ciertamente que no jueguen con vidrios rotos.
El resultado fue una dolorosa y posiblemente peligrosa herida que, felizmente, fue tratada deprisa y debidamente por los médicos en la sala de emergencia. Fue la primera vez que un hijo nuestro tuvo necesidad de puntos; el incidente y también el largo proceso de recuperación ciertamente tuvo un impacto en todos nuestros hijos.
En general, yo diría que es mejor aprender del consejo sabio para evitar las dificultades más comunes si es posible. Pero al igual que algunas lecciones simplemente tienen que aprenderse por las malas, quizás algunas personas tienen que aprender las lecciones difíciles por medio de la experiencia personal.
Yo he notado esta variación en mis hijos, algunos de los cuales funcionan mucho más en un estado de “compruébamelo” que otros. A veces me cuesta tener la actitud correcta al trabajar con aquellos de mis hijos quienes necesitan que los convenza más, ya que puede ser una gran inconveniencia y aun una irritación para mí, por motivo de algo que realmente se reduce a una diferencia de personalidad. Siento que es un enorme gasto de energía el repetirme constantemente y tener que cumplir con revisar y diciplinar repetidamente. Pienso, “¿No estarían ellos más contentos si estuvieran complaciendo a otros?” ¿Por qué tienen que dificultar todas las cosas para ellos mismos y para los que están a su alrededor?
Pero aparentemente algunas personas simplemente tienen que aprender de esa forma. Cuando siento la tentación de frustrarme con un hijo que no está entendiendo ni cooperando inmediatamente, tengo que recordarme a mí misma que yo tengo mis propias formas de hacer lo mío, que por supuesto parecen razonables y lógicas para mí en el momento. ¿A cuántas personas quizás he frustrado a través de los años cuando no acepto inmediatamente sus planes? Estoy agradecida por la paciencia de Dios en nuestras vidas y por las muchas segundas (y más) oportunidades que recibimos después de cometer errores.
Mientras que, en este caso, una lección verbal quizás no fue suficiente para el hijo en cuestión, al parecer, la lección indirecta ciertamente les dejó una impresión duradera a los otros niños. Dudo que tengamos otros niños jugando con vidrios quebrados después de esto.
Crédito fotográfico: iStock. Las demás imágenes por cortesía de la autora.