Como una actividad divertida en el Día de las Madres, nuestro grupo pequeño jugó un juego de adivinanza con todas las madres en la clase. Cada una anotaba respuestas a un surtido de preguntas sobre sí misma y después los hombres tenían que adivinar quién había dado cada respuesta. Una de las preguntas era, «¿Qué pensó alguna vez que quisiera ser cuando fuera grande?» Una madre respondió: «una maestra». Siendo la única madre educando en el hogar en el grupo, todos adivinaron que la autora de esa respuesta había sido yo. Desafortunadamente esa respuesta no era mía.
Es cierto que siempre me imaginaba que un día me casaría, tendría hijos y los educaría en casa. Después de todo, así lo hizo mi madre por mí. Pero yo tenía otros sueños para mi futuro que estaban más presentes en mi mente que el de ser maestra. (Mi verdadera respuesta en el juego había sido «autora o actriz».) En la secundaria a veces dirigía actividades de diversión, pero las pocas veces que intenté ser maestra suplente en clases educativas (la escuela dominical, clases de piano), me sentí extremadamente incómoda y nerviosa. Ya que estas experiencias me hicieron sentir tan incómoda, definitivamente no hubiera considerado la docencia mi vocación preferida.
No obstante, más o menos diez años más tarde me encontré enseñando en casa a varios hijos y dándome cuenta de que ser maestra sí era una gran parte de mi vida diaria. Me hallé pensando, «¿Por qué?» ¿Era esto lo que quería de la vida? ¿Era posible que el enseñar realmente era una pasión o un gran interés para mí?
No lo era realmente. Naturalmente no soy una persona estructurada ni organizada. Me gusta la creatividad, la flexibilidad y solo divertirme con mis hijos. Esa perspectiva de despreocupación y aventura me funcionó bien como madre y ama de casa con niños preescolares, pero una vez que llegamos a los trabajos académicos más estructurados con libros, empecé a sentir un pánico. Los años primarios no fueron tan difíciles, pero al llegar a los años de adolescencia, empecé a sentir que una gran parte de mi día se gastaba en hacer cosas que me agotaban en lugar de cosas que me satisfacían. El educar en casa parecía requerir fuerzas en todas las áreas débiles de mi personalidad, dejándome con poca fuerza para disfrutar de mis aptitudes.
Quizás algunos de ustedes se han encontrado en una situación similar. Yo sé que hay algunos que verdaderamente tienen una pasión por enseñar y les parece una extensión natural de su personalidad. Pero hay otros que tuvieron que pensar mucho y profundamente sobre la decisión de enseñar en el hogar. (Quizás algunos de ustedes todavía lo estén meditando.) Y quizás hay algunos pocos como yo, que tomaron esta decisión de manera automática y luego se dieron cuenta de que quizás debieron haberlo pensado mejor en el comienzo.
En todo caso, en esta situación me encontré. Y estos son los puntos que contemplé:
1) ¿Cuáles son las alternativas? ¿Puedo imaginarme a mí misma mandando a mis hijos a la escuela pública? ¿A la escuela privada? ¿Debo comprar un currículo de video o matricularlos en una escuela en línea? No tardé mucho en aceptar las realidades: No los quería enviar a la escuela pública y prácticamente todas las demás opciones estaban fuera de nuestro presupuesto. Sé que puedo ser exigente sobre el currículo, los métodos de instrucción, etc. Aunque quizás no sea mi actividad favorita planear y realizar todos esos detalles, es el tipo de trabajo que solo se siente bien si yo misma lo hago. Además, si pienso en una escuela fuera de casa, ¿realmente quiero ser responsable de preparar a muchos hijos para que salgan puntualmente por la puerta cada mañana? No. No quería hacerlo. Me gusta tener mi mañana flexible.
(Por favor note: solo estoy hablando por mí misma. ¡Cada familia es diferente y debe decidir cuál alternativa educativa le funciona mejor!)
2) Sin importar cuál opción educativa escoja, todavía estaré muy envuelta en su educación. Todavía seré su maestra en muchas formas simplemente por ser su madre. ¿Sería menos trabajo para mí si dejara la enseñanza a otra persona? Quizás un poco. Pero ciertamente no quitaría esa responsabilidad de mis manos completamente y quizás no me ahorraría tanto tiempo como creo.
3) La educación en el hogar no es tan solo algún tipo de diversión que consume mucho tiempo. Educar a nuestros hijos es una necesidad real e importante. Suplir esta necesidad contribuye a la familia de muchas formas, inclusive el factor económico. Quizás mi esposo sea el único que nos provee un verdadero ingreso, pero las opciones educativas pueden ser caras y yo estoy ahorrando ese dinero que de otra manera tendríamos que gastar. Él no podría hacerlo sin mí.
4) A pesar de las partes difíciles, la educación en el hogar ciertamente tiene sus ventajas. Mi horario es mucho más flexible. La enseñanza es individual y puede ser modificada para cada hijo. Las influencias negativas son amenguadas grandemente. Y sí, puedo quedarme en mi pijama todo el día si así lo decido.
Quizás no parezca razonable, pero el considerar legítimamente todas las opciones y el escoger el camino de la educación en el hogar, en lugar de suponer que era lo que tenía que hacer, me liberó mucho. Rápidamente se me hizo obvio que verdaderamente yo no quería ninguna otra cosa para mis hijos. La educación en el hogar tenía más sentido para nuestra familia, y a la vez hizo que cambiara totalmente la situación para mí el reconocer esto como mi trabajo, mi contribución a la familia. Me dio el sentido de propósito que me faltaba y una determinación para confrontar las partes difíciles y encontrar formas de poder resolverlas. Estoy aprendiendo que, la mayoría de las veces, encontrarnos con asuntos que nos cuestan o que no nos vienen naturalmente no es una señal de que debamos huir, sino que nos muestra que necesitamos crecer y adaptarnos.
Además, he descubierto que de hecho sí tengo muchas habilidades que sirven para la enseñanza en el hogar. Solo me estaba dejando abrumar por las cosas difíciles. Felizmente, cada año que enseño aprendo más sobre cómo lidiar con esas cosas. Y mientras que todavía no describiría la docencia como mi pasión ni el sueño de mi vida, sí la considero una vocación muy importante. Mi pasión es hacer lo que es más necesario para el bien de mi familia y mientras que esto incluya la educación en el hogar, le daré mi máximo esfuerzo.
¿A usted le encanta enseñar? ¿Se beneficiaría su familia si lo intentara?
—Jessica
Crédito fotográfico: ¡iStock