Cuando Carmen inscribió a su hija Victoria* en su primer año de escuela pública en Virginia, esperaba que fuera una experiencia positiva y enriquecedora. Nunca imaginó que, apenas un año después, tomaría la decisión de darla de baja y educarla en casa.

Victoria, ahora con 6 años de edad, fue diagnosticada desde muy pequeña con autismo y trastorno obsesivo-compulsivo. También enfrenta dificultades del habla debido a que nació prematuramente, a las 24 semanas de gestación.

A pesar de estos retos, Carmen siempre creyó en el potencial de su hija. Confiaba en que, al entrar a la escuela pública, Victoria recibiría el apoyo y la comprensión que necesitaba por parte del sistema escolar; pero en lugar de ello, se encontraron con juicio, rechazo y estrés. 

Mes tras mes, la escuela parecía cada vez menos dispuesta a brindar el apoyo adecuado para Victoria.

«De las familias que acuden a nosotros para recibir apoyo, los niños con necesidades especiales—o que simplemente son “diferentes”—suelen ser los estudiantes más maltratados en las escuelas públicas», afirmó Scott Woodruff, abogado sénior de HSLDA.

«Para nosotros fue una pesadilla estar en la escuela pública», dijo Carmen. «Nos dijeron que podían atender las necesidades de mi hija, pero constantemente la maltrataban».

Carmen llegó a esperar hasta 20 minutos para sus reuniones programadas con la subdirectora. En una de esas juntas, mientras hablaban sobre la conducta de Victoria, Carmen notó un gesto de disgusto en el rostro de la subdirectora.

«No sé si están acostumbrados a tratar mal a la gente», dijo Carmen. «Pero yo me sentía juzgada todo el tiempo».

Carmen recuerda con dolor un acontecimiento durante el invierno, cuando el personal escolar envió a Victoria afuera sin zapatos a la hora de la salida, porque no quería ponérselos. «La hicieron caminar descalza por la acera fría. Hay un área para que los padres recojan a sus hijos en el auto y me dijeron que “no podían” llevarla hasta allí».

Más y más estrés

Los funcionarios escolares eventualmente le informaron a Carmen que Victoria sería trasladada a un programa especializado en otra escuela. Se trataba de un lugar diseñado para que los niños con autismo pudieran desarrollarse mejor. Pero la realidad fue otra: todo empeoró.

Victoria regresaba a casa con heridas visibles: rasguños en la espalda y el cuello, y en una ocasión, un moretón grande. Ante esto, Carmen expresó su preocupación, pero los maestros minimizaron la situación. «La maestra dijo que era un caso aislado, que no pasaba nada», recordó.

El estrés se volvió insoportable. Victoria lloraba cada mañana antes de ir a clases. «Por favor, mami, por favor», suplicaba. «No quiero ir a la escuela». Carmen hasta dejó de comer y de dormir por la preocupación. «El estómago me dolía solo de manejar para llevar a mi hija a la escuela».

En junio, Carmen sufrió un ataque de pánico. Cree que fue consecuencia del estrés acumulado durante todo ese año escolar.

Un peso menos en los hombros

Un día, mientras buscaba alternativas para su hija, Carmen encontró un video de una mamá que educaba en casa, explicando que esta opción era posible. También recomendaba unirse a HSLDA para recibir apoyo legal.

Desesperada por un cambio, Carmen contactó a HSLDA.

Se convirtió en miembro de HSLDA e inmediatamente recibió asesoría legal de nuestra asistente legal hispanohablante, Yalitza Vesco. Ella le explicó, paso a paso, cómo retirar legalmente a Victoria de la escuela. También le indicó que llenara una carta de retiro—preparada por nuestros abogados—para enviarla a la escuela.

Pocos días después, la trabajadora social de la escuela le llamó a Carmen para decirle que debía llenar un formulario de retiro específicamente proporcionado por la escuela y entregarlo personalmente. «Yo ya no quería verlos», dijo Carmen. «Hasta el estómago me dolía cada vez que tenía que dejar a mi niña en esa escuela».

Carmen notificó a nuestro equipo legal y Woodruff llamó a la trabajadora social en su representación. Aunque al principio la trabajadora social insistía en que dicho formulario era obligatorio, Woodruff le aclaró que la ley no lo requiere. Finalmente, la trabajadora social cedió y nunca volvió a contactar a Carmen.

«Sentí que me quitaron un peso de encima», dijo Carmen.

Completamente diferente

Ahora, a solo unas semanas de haber comenzado su nueva rutina de educación en casa, Carmen ve a Victoria vivir una vida completamente diferente.

Sonríe y ríe. Juega y pinta. Lee libros del abecedario, le gustan las matemáticas y reconoce las banderas de distintos países. Incluso puede identificar los 50 estados de Estados Unidos por su nombre. Pero, sobre todo, y lo más importante… ya no llora.

«La escuela nunca le vio las capacidades que tenía», dijo Carmen. «Ahora lo veo todos los días».

En agosto Carmen comenzó su primer año oficial de educación en casa y está muy emocionada de personalizar la experiencia educativa de Victoria según sus necesidades únicas.

*Los nombres fueron cambiados para proteger la privacidad de la familia.